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¡Peligro, llega la Navidad!

Quería hablar de la Navidad desde la perspectiva de un Psicólogo y Analista Junguiano, y mi socia Esperanza me ha hecho recordar algo que escribí hace 6 años… y las cosas no han cambiado nada. Aquí lo tenéis, y ya me daréis vuestra opinión:

Dado el tema por excelencia de este mes, hubiera podido hablar de los aspectos profundos de la Navidad: la mitología del Solsticio de Invierno, la estación real en la que probablemente nació Jesús (que no fue ésta, pues por sentido común ¿qué diantre hacen los pastores con su rebaño en las montañas, con los fríos de Diciembre?), la simbología de los 3 Reyes Magos, la mitología que se recoge en el folklore de nuestro país para estas fechas (Tió, Leño, Olentzero, etc.)… pero la Psicología Junguiana no sólo se basa en simbología profunda, sino también en el Principio de Realidad, al cual invocamos en nuestras psicoterapias; y es desde la óptica de la realidad cotidiana que me he inspirado en estas líneas para mostrar la otra cara de estas fiestas.

 ¿Qué comporta la Navidad? Démosle la vuelta a los mensajes:

            Alegría: forzada (cuánta gente ha perdido un ser querido en esta fecha y se le presiona socialmente para que oculte sus sentimientos y muestre una máscara alegre). Paz para todos, hermandad: ¡ojalá!, simplemente se finge (que le hablen de hermandad al jefe que te va a despedir). Celebración religiosa: “¿cómo dice?”, sí, hemos olvidado por completo que se celebra la Na(ti)vidad del Señor y lo hemos sustituido por un simple evento social en el cual participan tanto cristianos como ateos. Navidad jubilosa: en las compras y demás excesos (hasta empeñarse)

  Y lo que no se dice de forma tan grandilocuente: depresión, angustias diversas… y, sobre todo, reunión familiar: aquí puede empezar el drama.

             Si durante todo el año apenas hemos tenido relación con ciertos miembros de la familia (consanguínea o no), o bien se han ido produciendo roces conflictivos que no hemos solucionado… llega Diciembre y ya sabemos que tendremos que cenar / comer con ellos, y no a solas, sino en celebración multitudinaria. En muchos casos, lejos de ser una oportunidad para olvidar rencillas, perdonar, y empezar de nuevo, se convierte en la chispa que prende la pólvora del barril que llevamos «atragantado» dentro.

             Imaginen la escena: la mujer que le toca este año «celebrar» en casa (porque en el 90% de los casos es la mujer la que recibe el peso de la tarea), idea qué platos obsequiar que gusten a todos, compra los ingredientes, pasa horas preparando todos los detalles, redistribuye los muebles de la casa para que se pueda caber, pide sillas a los vecinos, paralelamente sufre taquicardias, mareos, espasmos intestinales, comprensión de los hijos y esposo (“no sé qué te pasa, que últimamente estás insoportable”)… para, por fin, albergar temporalmente bajo su techo al grueso familiar, sabiendo de antemano que apenas recibirá ayuda no para limpiar, sino, al menos, recoger la cubertería, copas, botellas, platos que habrán albergado las viandas que rápidamente devorarán, y mobiliario redistribuido que sustentará los diversos cuerpecillos.

 Pero eso no es todo; además deberá soportar estoicamente a Fulanita y Menganita que no se hablan, a la abuela que entona el conocido “sabe Dios si esta será la última vez que os vea a todos juntos”, a los niños que chillan y trotan por todas partes absolutamente a la vez, a Pepito que va de prepotente, y a Pepita que siempre tiene aquel comentario oportuno respecto a la belleza de nuestra protagonista: las arrugas de los ojos que se empiezan a ver, las cada vez más numerosas canas, las “cartucheras” de las piernas, la flaccidez pectoral “porque, querida, los años no perdonan”, o si mejoró su tipo adelgazando un poco la previene contra toda clase de anemias perniciosas.

             Y pongamos que no ha «muerto en el intento», llega el día señalado, y la comida está buenísima… pero Fulanita y Menganita, que no se hablan, acaban en explosión histérica arrasando a su alrededor, de forma que los comentarios esperados de Pepito y Pepita no son nada en comparación con la erupción emocional que ha arruinado todos los esfuerzos de nuestra protagonista… y eso que, desde el principio, ella tarareaba de forma inconsciente (la sabiduría de nuestro Inconsciente, al que no escuchamos) aquel estribillo  de Raimón  «…no, diguem no… nosaltres no som d’eixe mon».

 

            En Esperanza Psicólogos en Barcelona, a lo largo de las sesiones psicológicas también enseñamos a escuchar nuestro Interior, a transformar la propia negatividad (con lo cual entendemos mejor a los demás), y a no tener miedo a decir «no» cuando es necesario, con lo que se evitan tragedias. Lo que he expuesto ha sido en clave de humor, pero no he exagerado ni un ápice; mucho más triste es que en estas fechas aumente el número de ingresos en Urgencias debido a reyertas familiares. En fin, mejor prevenir que curar. ¡FELICES FIESTAS!.